El calor tiene seco mi cerebro, además que no me deja dormir bien, quizás ese es el problema.
mm... eso.
y esta soy yo...hace un par de años eso si.
¿Y qué haces tú
caminando por las calles de Santiago
como si no fuera el mismo lugar
en donde las voces se hinchaban de alegría
y la ilusión y los sueños
brotaban por las alcantarillas
mientras que los viejos de alma
se perdían dentro de las farmacias
para no volver a aparecer?
En los suelos de las calles de Santiago vive la poesía.
Está dicha y escrita en los adoquines y en las veredas.
Los libros, repletos de versos, no son más que una simple y burda fotografía, o bien, el simple reflejo de un verso que habita bajo un chicle aplastado en pleno barrio bellavista o en alguna plaza, grabado justo debajo de donde está pisando un zapato, bien a mal traer, del tipo que vende helados y que está entre un semáforo y otro semáforo de la esquina.
La poesía nos clama a gritos bajo nuestros zapatos cuando atravesamos la plaza de armas y reaparecen los cantos de siempre bajo las uñas de los pájaros de manera imperceptible, nos claman por una mirada y algo de atención, pero los aplastamos a cada momento y si algún ser azulado mira desconcertado a su alrededor, como buscando algo perdido, por medio segundo, y no alcanza ni a tropezar ni a olvidar su dirección, se sabe en ese mismo instante que acaba de estar a medio milímetro de escuchar sus versos que gritan bajo sus pies y entonces los busca.
Pero se ve rodeado de oficinistas caminando y chocando con sus maletines y se coordinan inconscientemente, todo el tiempo de manera que esconden a la poesía, no la dejan respirar para lanzar el grito definitivo, el ser azulado no logra encontrarlos, y están ahí ocultos bajo sus pies sudorosos. Entonces continúa éste su camino, resignándose a contentarse con la simple fotografía que lleva dentro del bolso, entre dos papeles absurdos, eso que es lo más cercano a la poesía.
Así decían unos versos a los pies del Santa Lucía, justo bajo una banquita, en plena alameda.