jueves, diciembre 21


“Nublado y con chubascos ocasionales”. En realidad llovía hace 4 o 5 horas sin parar así que no era muy ocasional. Por lo general en un día así no se ve mucha gente en la calle y la que se ve, se ve con una expresión en la cara (Y tal vez no solamente en la cara) que parece como si lo que más odiaran fuera mojar los zapatos (lustrados, se veían casi nuevos) y despeinarse, hay algunos que tal vez odien mojarse por el frío que hace y eso es lo que me pasa la mayoría de las veces a mi.
Pero ese día, justo ese, lejanamente gris y un poco azul (Nublado y con chubascos ocasionales) había algo en mi cuerpo, o tal vez en mi mente, que me hacía olvidar el frío y querer despeinarme y, por sobretodo, querer mojar los zapatos.

Estaba mirando los farolitos amarillos, uno que otro recuerdo me hacía sonreír, lo que pasa es que estaba en cierta forma feliz…. feliz de no tener un paraguas, me encontré pensando en lo raro y en lo común que podría ser encontrar a alguien en este lugar, por aquí por el centro. Pero no digo alguien refiriéndome a cualquiera, sino hablo de alguien a quien espero y con quien pueda mantener una normal (o no tan normal… que sé yo) conversación porque ambos conocemos al menos nuestros nombres y algunos pequeños antecedentes del otro que nos sirven para identificarnos entre esta MASA de gente. Como decía… andaba por esos pensamientos cuando me encontré y sentí la necesidad de descansar los pies mojados. Vi una de esas típicas y necesarias, muy necesarias, banquitas que cuando llueven se mojan. Me senté en una de esas y en realidad si la esperaba aunque no creía que la encontraría, pero la esperaba igual.
Conocida voz que sorprende:
- ¿Frio?
- Supongo - respondí - ¿Cómo te las arreglas?
- ¿Cómo me las arreglo para qué? – me dijo, como si no supiera a que me refería…
- Para llegar siempre de sorpresa.

No recuerdo toda la conversación pero supongo que no esperan que la recuerde toda y también supongo que pueden imaginarse como siguió. Extraña capacidad, la imaginación. Difícil imaginar que alguien o mas de alguien no la tenga, tal vez me cuesta imaginarlo porque ya casi no tengo imaginación, pero imagino y casi tengo la certeza que en ese tiempo si la tenía… lo que, la verdad, me confunde un poco porque es posible que sólo haya imaginado que ella tenía los ojos amarillos y que era la única persona capaz de comunicarme hasta la hora a la que tomó desayuno con sólo mirarme (y sólo cuando quería) y que a veces, yo pensaba que también podía mirarla así.

Íbamos a un café de por ahí, paredes rojas, poca gente. Hablábamos entre nosotros con una voz distinta a la que usábamos para hablar con cualquier otro. Solíamos recorrer las calles cuando llovía y perdernos y volvernos a encontrar a ratos. Ese día que es el que nos interesa (¿nos interesa?) corrijo, me interesa recordar no fue ni la primera ni la última vez que la vi, fue un día de al medio y hasta tal vez miércoles o martes.
Esa había sido la primera conversación del día, el primer encuentro del día tal vez. Pero yo pensaba que no era el primer encuentro del día. Yo sentía, pensaba, creía y tenía casi la convicción (un arma demasiado poderosa) de que ella me evadía y que hoy no me quería mostrar sus ojos amarillos, pero tampoco me los quiso mostrar ayer y antes de ayer tampoco quiso hacerlo (pero antes de ayer lo hizo de todas formas). No le hablé mucho, por fin la tenía a mi lado y no le hablaba mucho. Estaba pensando en motivos, cosa que detestaba, pero quería conocer los motivos por los que permanecimos en silencio y ni nos miramos por largo rato.
Comenzaba a parecer cine mudo.
La miré, por fin se había decidido, tomó mi mano y salió corriendo.
La seguí, no tenía otra opción, me estaba tirando.
Llegamos a un parque, ya era bien de noche.
Me indicó con el dedo algún punto del cielo.
No vi nada, sólo agua (o sea…algo)
Afligida, me mostró otra vez y ahora me di cuenta que no era un punto del cielo el que apuntaba, sino que uno de esos letreros que dicen el nombre y la orientación de las calles. Sobre él había un paraguas negro, grande y absolutamente desecho, desarmado y roto.
Rompí en una carcajada.
Lo miré, pero con atención esta vez, y recordé la última vez que la chica con ojos amarillos había querido mirarme y hablarme.
Ya se me había olvidado, pero ese día ella se fue corriendo con mi paraguas negro y grande, absolutamente armado, y entero.
Realmente nada habría podido nunca reemplazar aquel paraguas, yo solía darle mucho valor a las cosas, no sé por qué.

Pero ahora ya daba lo mismo, la miré otra vez. Tenía los ojos fijos en el suelo, tal vez porque sabía que yo estaba mojado hasta los zapatos y que le daba mucho valor a las cosas, o algo así.
Rompí en una carcajada otra vez, estaba muy feliz, demasiado feliz de tenerla al frente y de estar mojado hasta los zapatos, demasiado feliz de ya no tener un paraguas y de saber que no lo volvería a tener porque estaba colgado de un letrero de la calle en una plaza.
Estuvo sorprendida unos segundos y terminó por reírse de la misma forma que yo, a carcajadas.
El mundo parecía una carcajada gigante, y continuamos dando pasos aun por esa carcajada.